¿Se puede ser antiautoritario, enemigo de las dictaduras, adversario de los totalitarismos, y declararse simultáneamente antidemócrata? Pues claro. Basta con no caer en esa ingeniosa artimaña retórica que logra enmascarar las características definitorias de la Democracia y que consigue establecer como términos antónimos por excelencia las palabras Dictadura y Democracia. Tras la primera década del tercer milenio o, también, año 125 del otro calendario, asegura T. Ibáñez, en España no hay democracia, sino demoacracia. No tanto el poder residente en el pueblo sino el pueblo sin poder. En una democracia es, siempre, una minoría del pueblo, y casi siempre una minoría del cuerpo electoral, quien decide qué partido político tendrá el peso suficiente para optar al gobierno del país. En una Democracia es una exigua minoría, dentro del partido minoritariamente apoyado por los electores, quien decide otorgar las riendas del gobierno a tales o cuales personas. Se han establecido interesantes distinciones entre Democracia formal y Democracia real, o entre Democracia representativa y Democracia participativa. La nuestra, y la de todos los actuales países democráticos, es sin duda una Democracia formal de tipo representativo, con todo lo que esto conlleva. Se puede entrar en debate con quien mantenga que el veredicto de las urnas constituye legitimación suficiente para gobernar, aun cuando ese veredicto exprese un sentir minoritario, pero no queda más remedio que llamar mentiroso a quien pretenda que una Democracia se gobierna en nombre de la mayoría. ¿La mayoría de la Cámara? Por supuesto. Pero no es a la Cámara a la que se gobierna sino a una población. Si la Democracia consiste en que sea siempre una minoría quien decida por todos los demás (Constitución, Gobierno, decisiones importantes etc.), si esto constituye precisamente uno de sus principios de funcionamiento definitorios –y lo es, sin duda alguna, a la luz de las prácticas democráticas reales– entonces reclamo el derecho a decir con toda tranquilidad que no soy demócrata, que no me identifico con los procedimientos de la Democracia, y que no tengo el más mínimo deseo de defender sus principios. Lo que no tenemos es: – Reconocimiento de que los ciudadanos son la única y última instancia de donde emana la legitimidad política; – Separación tajante de los poderes como garantía contra la expansividad natural del Poder; – Delegación temporalmente limitada del poder, es decir, instancias de representación de los ciudadanos, porque bien sabemos que la Democracia directa estricta no es viable en cuanto el tamaño de la colectividad supera un cierto umbral. La delegación, la representación se torna entonces inevitable y ni siquiera escapan de ello la CNT o las organizaciones específicas. - Pero, delegación donde una persona es un voto sin que diferencia alguna, de cultura, de riqueza, o de lo que sea, pueda vulnerar esta igualdad. Y, yo (Tomás) no sé lo que pensaréis, pero por mi parte estoy bastante harto de que siempre que arremetemos contra la Democracia tengamos que hacerlo, sobre todo en este país, con cierta precaución, tengamos que justificarnos de manera casi vergonzante como si tuviéramos que pedir perdón por no acatar el sistema democrático. Pues bien, me gustaría sugerir una estrategia bastante simplona para invertir los papeles, para que sean los defensores de la Democracia quienes tengan que justificarse. La estrategia es bien simple, cuando se nos pide que aceptemos el juego democrático, cuando se nos dice que debemos contribuir constructivamente al mejoramiento, a la profundización de la Democracia, tenemos que decir que sí, que estamos totalmente abiertos a jugar el juego de la Democracia, pero poniendo una única condición: que el juego al que se nos invita sea efectivamente el juego de la Democracia. Es la vieja astucia que consiste en poner una sola condición, pero una condición de imposible cumplimiento. Tranquilos, nunca tendremos que jugar al juego de la Democracia, sencillamente porque la Democracia normativa es estrictamente incompatible con el sistema capitalista. Lo que quiero decir es que lo más subversivo, hoy por hoy, consiste en mostrar el abismo que separa la Democracia real y la Democracia normativa, es mostrar que la Democracia real incumple sistemáticamente todas las promesas y todos los principios de la Democracia concebida a nivel teórico. — Ya... ya... y tú, Odrallagorgen, has descubierto que el abismo está entre nosotros y la realidad. ¿Es eso? — Eso es... — Muy bien con la crítica, bla, bla... "No, no",... siempre en contra... ¿y qué hay más allá de la negativa...? — ¡Un Sísifo feliz!... Lo que hay, hoy, más allá de la Democracia es la crítica radical, es la subversión, es la resistencia y es la utopía, esto es lo único que hay hoy más allá de la Democracia. — Vale. De verdad, medio-eco, yo no sé qué te ha dado, siendo tú un angelote, un querube, un ser sutil, una ertidad psicológica que mora el interior de un españolito que vino al mundo, por escribir sobre los problemas políticos en lugar de... — Deudas kármicas, amigo medio-ego, deudas del pasado...