«Perdonadme, he nacido con el cine», decía Rafael Alberti en uno de sus poemas, y su generación, y las posteriores, quedaron influidas por la estética del cine, a la que se incorporó la de la televisión. Y uno de los premios Cervantes, Guillermo Cabrera Infante, tituló uno de sus ensayos «Cine o sardina», porque en su pobre infancia cubana había que elegir entre cenar o ir al cine, y muchas veces el futuro escritor elegía el mundo de los sueños sobre la necesidad de comer. La política, que es el arte de administrar la sociedad para que haya sardinas para todos, está cada día más cinematográfica y sus escenas se asemejan a jornadas de rodaje, de tal manera que hay sesiones del Congreso que parecen grabadas en un plató de televisión, y momentos previos a una rueda de Prensa que recuerdan el travelling concreto de películas famosas. Los dos actores de esta secuencia –perdón, los dos políticos– protagonizaron esta semana uno de esos momentos en que parece que, al final del paseo, no habría una rueda de Prensa, sino que se encendería luz y habría que salir de la sala, del país o del lugar en que estemos asistiendo a la interpretación. Y tuvo tal fuerza el travelling que la mayor parte de los periódicos lo recogieron en su portada, y los lectores casi echamos en falta que, al tomar el ejemplar, no se escuchara la música de Anton Karas o un fragmento de «Casablanca». Pero estos dos actores –perdón, estos dos políticos– no son los únicos, ni la excepción, y, en el noreste, existe un nutrido equipo de guionistas escribiendo el argumento sobre una independencia imposible, porque el costo de la producción es tan caro que quedaríamos todos arruinados. Pero no sólo en el noreste: en muchas autonomías parece que han decidido que las Navidades se prolonguen hasta el verano, y han seguido proyectando esas películas donde todo el mundo es feliz, y nada mejor que seguir contratando personal y aumentado el gasto, con lo que resulta que ha aumentado el déficit, que es algo que se sabe cuando termina la película, salimos del cine y nos debemos enfrentar a la realidad. La propaganda sobre las próximas películas que se van a rodar es muy atractiva, y habla de historias maravillosas, donde no habrá desahucios, no se tendrá que pagar el recibo de la luz y unos agentes vestidos de blanco acudirán a las casas de los parados con un catálogo de trabajos atractivos para que el ciudadano elija aquel que esté mejor pagado y más cerca de su casa. Esta política de cine es muy agradable e invita a soñar, pero tiene también el lado peligroso, y es que, al terminar la sesión, de vuelta a casa, nos encontremos con que al día siguiente ya no podamos elegir, porque unos hombres de negro hayan embargado el proyector. Y ya no queden sardinas.