La Comunidad de la Humanidad me retrotrae a las comunidades de esenios anteriores a Jesucristo. Él mismo pudo ser un esenio. Eran comunidades sin descendencia. No buscaban adeptos pero tampoco los rechazaban. Cuando un neófito llegaba, debía pasar tres años de enseñanzas, entre las que se incluyen abluciones, rezos, meditaciones y tareas domésticas. Cuando transcurría el ciclo y el iniciado adquiría el saber concentrado en la comunidad, entonces se le llamaba: un cristo. A lo largo de estos dos milenios el poder imperialista nunca ha sido tan hegemónico como el capitalismo ha logrado serlo. Quiero decir que las tribus, las comunidades de humanos sobrevivían ora atacadas por este imperio, ora atacadas por el otro. No existía un Mercado Único capaz de adentrarse en todas y cada una de las selvas y valles del globo terráqueo. La mezcla de culturas funcionaba a cuentagotas. Si un arqueólogo arribaba a un poblado como mucho se llevaba cuatro imágenes del pueblo dibujadas en su bitácora. Ahora es diferente. El capitalismo no entiende de límites culturales ni etnomorfos y penetra cualquier hábitat. Lanza sus bombas de financieras de destrucción selectiva para erradicar lo diferente y construir sobre las ruinas su tablero de mercado. Miren si no, la fiesta del orgullo gay de Madrid. Puro producto sin ramalazo alguno a LGTB. Al parecer, AEGAL es el demonio, asegura Shanagi lily en el periódico.