Cayó sobre tu espalda la llama de tu pelo quemó la blancura su ondulación de fuego. Entre los áureos rizos, por el amor deshecho, yo vi calientes, húmedos, brillar tus ojos negros. Sin desmayas, erguidos, redondos, duros, tersos, temblaron los montones de nieve de tus pechos. Y de amor encendida, estremecido del cuerpo, con amorosa savia sus rosas florecieron. El clavel de tus labios brindaba miel de besos y fue mi boca ardiente abeja de sus pétalos. De la crujiente seda, que resbalara al suelo, emergió su blancura tu contorno supremo. Y al impulso movido de ardoroso deseo, se cimbró entre mis brazos y quedó prisionero. Me abrasaban tus ojos, me quemaba tu aliento, y apagó las palabras el rumor de los besos...