Voy a dejar de sacar un artículo cada lunes. Inmerso como estoy en escribir una novela y concentrado en ella, me resulta difícil dispersar en estos momentos mi pensamiento. Llevo siete años escribiéndola, y me faltarán algunos más, pero adquiere tal intensidad que he de sumergirme en ella como si de una mujer se tratara, una mujer eterna e infinita, a la que nunca se llega, porque la palabra es paralela a la realidad, que como dos líneas que nunca se unen siempre quedan a la misma distancia, menos en el infinito que es donde se juntan.
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Por otra parte no se me ocurre nada esencialmente nuevo que pueda aportar en temas de actualidad. Será un lunes cuando saque nuevamente algún artículo que me parezca significativo, pero de vez en cuando, sí creo que merece la pena ser escrito y ser leído, como me han parecido hasta ahora.
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Se me ha ocurrido finalizar este ritmo con un artículo sobre el amor, porque precisamente la novela que escribo quiere ser un cuadro de amor frente a la destrucción de la vida, con personajes enfrentados a la mentira y podredumbre que nos rodea. Quedan las pinceladas de color en el entorno de cada uno de ellos, a modo de esperanza, pero su mundo aparece cada vez más lejano de ellos mismos, invadidos como estamos por una sociedad que nos obliga a existir de una manera diferente a como queremos, a como hemos soñado.
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En la literatura descubrimos el anhelo de amor, no en las narraciones de historias con su esquema de presentación, nudo y desenlace, sino en aquellas obras que escriben autores sumergidos en su interior, los que aprenden a colocar las palabras con el esfuerzo de escribir cada día, cada rato, quieren expresarse y consiguen llegar a un espacio humano común al resto de las personas. El arte de escribir abre los ojos de nuestra realidad a los sentimientos.
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Creo que el amor tiene mucho que ver con lo que está sucediendo en nuestra sociedad, sin embargo, como diría Mafalda, lo urgente no nos deja ver lo importante y lo esencial queda oculto, pues como dijo El Principito lo esencial es invisible a los ojos. Y ¿qué es lo esencial hoy?. Lo de siempre, pero no porque los ciudadanos hoy bajemos los párpados el mundo actual es nuevo. Es la oscuridad que se repite para quien duerme. Plûtot la vie.
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Cuando he participado últimamente en manifestaciones, algunas desbordaron las previsiones de asistencia, convertidas por sorpresa en riadas de gente, formando lo que se conoce como el 15 M, así como también otras impulsadas por jóvenes, pero con personas de otras edades, escuché un grito mudo, imperceptible, que late en el ambiente. Dice: ¡queremos amar! y no nos dejáis, queréis hacer de la vida un horario, un sacrificio para que, quienes tenéis podrido el corazón, os llenéis de vuestra sangre, el dinero, a costa de nuestro esfuerzo. Olvidáis vuestros sueños, vuestras ideas y os pagan por ello. Esto es lo que traduzco de ese eco que ha llenado las calles de esperanza. Voces silenciadas, poesía teñida de indignación, son el alma de las protestas.
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Toda una escuela de adiestramiento de la élite social hace que los sentimientos sean arrancados de los jóvenes, porque para que funcione la economía moderna sus gestores no pueden permitir que las personas amen, para lo cual falsifican la palabra “amor” con toda su maquinaria de producciones literarias, imágenes de todo tipo en televisión y el cine que deforman el sentimiento profundo de amar, pero en el fondo continúa latiendo aunque débilmente y acaba saliendo a borbotones ¡siempre! sin saber cómo ni el porqué, es el manantial de las grandes rebeliones y el fondo de cualquier movimiento revolucionario.
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Así lo cuenta Gustave Flaubert en “Educación sentimental”. También aparece en Los miserables, de Víctor Hugo. Es el grito de fondo que hubo en el mayo del 68, en la primavera de Praga, en la revolución de los claveles, en la plaza de Tiananmen cuando la matanza de 1989 durante la Primavera de Pekín, en las primaveras árabes, en las acampadas de Sol y frente a Wall Street.
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Aparte de los componentes políticos hay un sustrato previo que es literario y poético que apenas deja rastro cuando la destrucción de estos estallidos sociales sucede. Así lo analicé en el Tratado del enamoramiento, para diferenciar el amor de la pasión, de la sexualidad, del enamoramiento, pues son funciones diferentes confundidas e instrumentalizadas de una u otra manera a lo largo de la historia. Los sentimientos son el combustible que permite funcionen los motores de la historia. El amor es el aire que respiran las revoluciones, por eso cuesta tanto, porque es difícil amar. Hay dos libros de Eric Fromm que son complementarios, El arte de amar y Miedo a la libertad.
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La incapacidad para luchar tiene una causa: el sentimiento socializado, contrario al individual, porque los sentimientos se contaminan, son absorbidos por el ambiente social. Lo estuvieron en otros tiempos, aunque quedan residuos del sentimiento religioso, de sentimientos patrióticos que hoy han pasado a ser mayoritariamente sentimientos de consumo y tecnológicos avanzando un paso más del sentimiento industrial, porque la forma de vida que nos impone la sociedad invade nuestros sentimientos y nos hace sumisos a ella. Es necesario reflexionar en este sentido. El sistema de enseñanza no aborda los sentimientos, no los educa, cada vez se convierten más en deseo, para desear lo que quienes controlan los resortes del Poder quieren que deseemos.
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Recuperar el latido del amor en nuestra vida es el fundamento de la rebelión que está por venir. Una vez que ésta se desarrolle nos puede llevar a una revolución imaginada hoy por los poetas. Esto es lo que realmente teme el Poder, las bombas atómicas forman parte de un juego de espejos del que los poderosos forman parte. Amor y libertad van muy unidos, como dijera Agustín de Hipona, San Agustín, “ama y haz lo que quieras”.
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Hace muchos años en un debate confederal de Los Verdes hubo una discusión sobre el programa electoral. Victoriano Fernández propuso que se incluyera que lucháramos por una sociedad en la que sea posible amar, amar más y que el amor sea el centro de nuestra existencia. Y lo planteó desde su interés por las ideas de Wilhelm Reich y de la obra “La alternativa” de Rudolf Bahro. Se debatieron estas cuestiones. No creo que hoy exista una organización que lo haga. Yo fui uno de los críticos a que se incluyera el texto propuesto, porque me pareció más de filosofía que de política. Pero a medida que ha pasado el tiempo y que he llegado a la misma edad coincido en la misma conclusión. Son mis hijos quienes dicen que esto que les cuento es una cursilada y que si un partido lo pone haría el ridículo.
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En su obra “El hombre sin atributos” su autor, Robert Musil, establece una metáfora en relación a la organización patriótica en la que militan los protagonistas, de amor a la patria pasa a llamarse Acción Paralela. Cuenta una historia en la que aparece unida la acción política con la vida sentimental de los miembros de la organización, sentimientos que afloran como telón de fondo de la trama. El autor se sitúa en el amor íntimo entre Agathe y Ulrich, dos hermanos, para intentar ver el amor abierto en su totalidad, del que dice son ellos dos los últimos mohicanos de lo que es amar. Y lo define de muy diversas maneras a lo largo de la novela: ¿Existe el amor?. Sí, pero es algo excepcional.
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Para Musil el amor es también una máquina para hacer coincidir. Afirma: el sentimiento es lo de menos en el amor, a pesar de ser la esencia del mundo, en el cual hay dos estados, el amor y la violencia, ambos mantienen al mundo en movimiento. El sentimiento no se orienta al mundo real ni a las personas reales. Entre dos personas solas no hay amor, a lo más compañía. El sentimiento depende del entorno, disuelta la ilusión óptica del alma y la hartura del cuerpo. Llega a la conclusión de que el problema de la civilización hay que resolverlo con el corazón.
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Parecido al secreto del que habla Musil: el secreto del amor es no ser uno, es lo que me comentó Fernando Manuel Labrador. Cuando le dije que iba a escribir este artículo me citó una idea de la obra que escribe, “La crucifixión de Nietzsche”: el amor no es un tema de poesía, pues ésta lo banaliza. Para él amar es un tema serio y profundo. A veces, dice, detrás de un fracaso amoroso se esconde el miedo a la pérdida de la mismidad yoica en la onda orgásmica. ¡Pon esto en un poema!, sería hasta divertido, me dijo. Precisamente este no ser uno mismo es lo que, paradójicamente, nos hace ser auténticos, pasamos del ser-en-sí, al ser-para-otro y se inicia así el camino de ser-para-sí, la construcción de toda realidad, individual o colectiva, según Hegel. Fuera de esto queda la destrucción que es lo que estamos viviendo en el mundo global en el que vivimos, sin percibir el aspecto invisible de lo que mueve realmente el mundo, el amor, porque lo que no es amor es ausencia de él. Quizá esto no pueda ponerse en un poema, pero la poesía es el grito del amor.
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También Marcel Proust escribe en su obra “En busca del tiempo perdido”, una historia de la que comenta que también es la última historia de amor, porque dejaba de existir un mundo con su manera de amar y su forma de verter el amor al mundo y a otra persona. Para él amar es lo único que nos relaciona con lo que nos rodea y con nosotros mismos. La sensación moderna de deambular por la vida la vemos en la novela de James Joyce, “Ulises”, en la que su protagonista, Bloom, acaba definiendo el amor moderno cuando se derrama ante las nalgas de su mujer, Molly, para quien haber elegido a su marido hubiera sido igual que elegir a otro, lo mismo hubiera dado él que otro, pero lo amó a su manera, sí, lo amó porque ella fue su amor de la montaña, y el amor de él la recuerda a los rododendros, al mar carmesí, sin embargo se disuelve.
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También un martes en el bar La Cantina, comenté mi intención de hacer esta reflexión. Sandra Sánchez comentó en la tertulia que es diferente amar que querer. Querer es poseer, adquirir algo, lograr un objetivo. Amar es darse al otro. Lo cual observé tiene mucho que ver en la relación de las personas con el mundo, querer es ansiar, es tener y disponer de cosas, amar es darse a las personas para interactuar con ellas y tejer un entorno. Querer es la base emocional de la ambición, es el impulso de los negocios sobre el que funciona la economía. Amar es el sustrato de la solidaridad y del arte. Voilà.
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O como Daniel Vargas, que al preguntarle sobre el amor sonríe y dice que es algo que le trae por la calle de la amargura, dice que no sabe lo que es, no lo puede definir, pero es algo que echa de menos. Esta indefinición sentimental no es baladí, porque a nivel social es lo que hace que no haya objetivos en la lucha de hoy en día, gritamos porque el mundo nos pone zancadillas a amar, decimos que queremos empleo para vivir y vivir conlleva amar, gritamos contra los recortes y la reforma laboral porque nos roba el tiempo de vivir el amor, y no lo decimos. Por culpa de este silencio la lucha resbala en cada acto, sea el que sea, no avanza.
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Tampoco las organizaciones críticas proponen modelos sociales nuevos, porque no somos capaces de definir qué es vivir el amor de hoy, algo que intenté hacer en una obra de teatro, indefinida al final, pero es una mirilla que espero sirva para ver qué pasa con el amor en nuestro mundo de asfalto y pantallas. Un actor, al que le comenté por carta mi empeño con esta obra de teatro, sabe lo que me costó hacerla durante varios años, con más de treinta guiones descartados y al final me salió “El amor de Joy”. Un amor en el que los maniquíes tienen mucho que decir, aunque no digan nada.
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Hasta siempre.
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