Asistimos al asesinato moderno de la literatura. Digo moderno porque aunque es algo que siempre ha sucedido, de una u otra manera. Desde la censura a la tergiversación hasta llegar al desprecio, hoy también sucede. ¿Cómo?. Mediante la falsificación del arte de escribir. La literatura se ha convertido en una técnica y en un montaje, el resto queda fuera.
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Que el libro, como objeto, sea una mercancía tiene su lógica por ser algo material que se produce y requiere de unos beneficios para seguir haciendo libros, pero se ha dado tanta importancia al sustrato material que su contenido, en especial la literatura, también se ha convertido en una mercancía más y la cultura en un mercadillo de palabras, pero sobre todo de reconocimientos y producción de autores y obras, de contenidos diseñados en un mundo literario absolutamente despersonalizador.
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Hay muchas formas de asesinar a una persona, desde el envenenamiento, por estrangulación, clavar un puñal o disparar sobre alguien. También hay diversas maneras de asesinar la literatura, veamos dos para entender cómo se asesina hoy al arte.
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Cuando leí Amadís de Gaula descubrí algo tremendo de nuestra cultura y cómo, lo que se hizo con esta obra, ha llegado a nuestros días como construcción social en la que somos educados. Pero sobre todo me he dado cuenta que se perpetúa aquello que se hizo: castrar la literatura. Es asombroso ver cómo catedráticos de literatura, estudiosos del arte medieval niegan lo evidente, lo que pone este libro y se desprecia el debate. El contenido de esta obra hoy es todavía moderno e igualmente desconocido. Me encontré con esta novela por casualidad. Fue el año 2005 cuando se celebraba el IV centenario de la obra de Cervantes, don Quijote de la Mancha, yo lo había leído en dos ocasiones. Mi padre de pequeños nos dictaba alguna página de este libro en verano. Actos, bombardeo informativo de lo que significa esta obra símbolo y curiosamente el elemento central de esta novela de Cervantes, el enamoramiento, se esquivaba, se realizaron análisis fatuos, banales al respecto, pero todo reiterativo.
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Me hartó tanto la información sobre El Quijote que decidí leer Amadís de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo. Y me quedé asombrado, pensé que me volvería loco porque no di crédito a lo que leía, pregunté a amigos si lo que estaba leyendo lo pone un libro de hace cinco siglos. Pedí a todas las instituciones de Cultura que se celebrase el V centenario de esta obra y no hubo manera, se mantuvo la censura. Como su autor es de Medina del Campo, un amigo, alcalde de un pueblo de la zona por ese entonces, de Santa Eufemia del Arroyo, me dijo que hablase con la concejala de cultura de aquel pueblo en el que nació cinco siglos atrás el autor de Amadís de Gaula. Nadie le conocía. Al final, por tratarse de alguien de aquel pueblo, se accedió a hacer un acto en Urueña, la ciudad del libro. Vino gente de toda España, poca, cierto. Lo curioso es que nadie había leído el libro y quedaron atónitos con lo que oyeron. Se utilizó la censura contra esta obra y se tapó con el Quijote, novela que no fue el único intento de acabar con obras de caballería, lo que nada tienen que ver con lo que nos en-se-ñan. Se asesinó aquella literatura y con ésta muerta también se asesinó una manera de vivir.
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La desaparición del cuerpo de los personajes, su sexualidad desapareció de la literatura desde entonces. A comienzos del siglo XX aparecen obras que recuperan la sexualidad de sus personajes, una de ellas es En busca del tiempo perdido, de Proust que junto a Ulises, de Joyce, impulsan una nueva escritura en la que los sentimientos se funden con el cuerpo y el deseo sexual, pero no sólo como algo escondido, que no aparece en las obras del s. XIX caso de Fortunata y Jacinta, Madame de Bovary, Ana Karerine, La Regenta y otras más. Sin embargo ya a mediados del s. XX sí aparece el acto sexual en las novelas, como en la novela El amante de lady Chatterley, de David Herbert Lawrence, en la cual se hace visible el fluir de la intimidad de la pareja en un mundo complejo de sentimientos. Desde que aparecen las imágenes escritas de la sexualidad comienza a abrirse un proceso novelesco cuyo fin es acabar con ello, hacen de la sexualidad el centro de las historias, pero desaparece el sentimiento, el sentimiento profundo y se convierte la novela y el teatro en una literatura banal y superflua con un erotismo fatuo, lo que se acaba trasladando a la escritura poética. Ya Proust y Robert Musil hablan en sus respectivas obras del final de una manera de amar, en El hombre sin atributos, Musil describe un tipo de amor que afirma ser el último mohicano. Percibieron que se estaba asesinando aquella literatura que sale de dentro de quien escribe y busca el interior del lector, que produce un efecto en él, no sólo una sensación como sucede en el cine.
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En varias tertulias literarias me han comentado que dicho cambio es algo que surge, que los escritores van por su camino y los lectores coinciden en esas nuevas formas. Pero cuando se conoce de lejos, un poco, el mundo editorial se ve que no es así. Es la industria del libro la que define los contenidos, selecciona unos y deja a un lado otros y se hace en función a un mercado editorial que a su vez forma parte de una mentalidad de consumo, la cual ha sido creada. Debemos darnos cuenta de esto porque es lo que hace inútil, en parte, le profusión en internet de textos y escritos de los cuales muchos se ahogan en la nada. Porque la industria del libro, los que diseñan la cultura fabrican al lector, se le educa y ya una inmensa mayoría va a leer un modelo de libro y de textos y no otros. De esta manera queda descartada otra literatura que podría verse en vías de comunicación como internet.
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Un par de pinceladas que me parecen importantes para entender lo del asesinato de la literatura. Hoy hay un símil a la censura, la falsificación de lo literario, porque se define el arte de escribir en función a las ventas y premios que deciden qué es la literatura y define lo que no es, se decide señalando con el dedo lo que queda fuera. No es algo concreto, sino un proceso puesto en marcha. Es tan fuerte esta presión que críticos que quieren cuestionar ese estatus han caído en el peloterismo, en la fascinación del ganador y el desprecio y humillación a quien no logra entrar en el Parnaso de las letras. La dinámica de los medios de comunicación ha convertido a los autores que triunfan en vedettes, en una inversión sibilina de la fama, que empezó siendo el dar a conocer a quien era importante, es decir una persona que descubre algo o que escribe un bello texto o hace algo encomiable en el campo de la ciencia o del deporte o la música acababa siendo famoso, alguien conocido, pero hoy se ha creado la industria de la fama, capaz de convertir a quien sea famoso en alguien importante y esto se ha trasladado a la cultura. El famoso es el importante y no al revés, basta hacerle una promoción para que sea importante en el mundo de la música, la literatura incluso de la ciencia, importante aunque todo lo que cuente la maquinaría de dicha construcción sea falso, desde programas de radio y televisión, críticas literarias, etc. Lo importante es que sus libros sean los más vendidos, sus programas sean los más visto y acaben haciendo sus autores campañas de publicidad.
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Como dice el poeta Salvador Negro el autor ha de quedar al margen de su obra, no aparecer en el libro, sin embargo es lo primero que vemos en las promociones, escritores que firman ejemplares, dando ruedas de prensa y lo vemos normal. No debería de aparecer en el libro, pero sí en lo que escribe, por dentro, desde su yo más íntimo. Como dice Sartre el autor está en su obra, no cabe duda, pero otra cosa es que sea parte del producto y se convierta a su vez en un producto añadido, el autor debería desaparecer y no quedar en el tinglado de las promociones. Tiene que estar dentro de lo que escribe, es el alma de su palabra, cosa que desaparece, el alma de la palabra, pero no tiene que estar fuera, sino ausente del libro. Dentro de la obra, pero alejado del producto, algo que hoy ya no puede ser porque la literatura visible es una mera mercancía. Hay otra invisible.
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Ha surgido una caterva de funcionarios que se han convertido en escritores por encima de otros publicándose sus obras, con editoriales para esta función a su medida y aprovechando el mercadillo provinciano que parece que saca nuevos valores y lo que hace es ocultar a otros, a quienes deja a un lado, sin posibilidades, casi siempre económicas, de poder salir sus obras a la luz.
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Hay obras literarias de gran envergadura y de un contenido literario importante, que sin embargo se han convertido en moda, se han vaciado en películas y dibujos animados y se han dejado de leer, me refiero a dos obras impresionantes de Michel Ende, La historia interminable y Momo, que ya los jóvenes y adulto no leen cuando siguen reflejando el mundo de hoy, siguen emocionando, pero ya no, porque se han fabricado otras emociones que brotan de lo mágico, de los monstruoso, es decir externas a lo personal e íntimo. Se ha anulado la literatura a cambio de algo que se parece a ella, pero no lo es.
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¿Qué es la literatura?, me han preguntado a veces cuando sale a colación este tema en las tertulias. Mi respuesta es: la literatura soy yo. Se ha interpretado como una petulancia, narcisismo, cuando es precisamente la esencia del asesinato de la literatura, ese “yo” no se refiere sólo a mí, sino a la intervención del yo en quien escribe y en quien lee. Porque la muerte de la literatura parte de la anulación del yo en la sociedad, su disolución en opinión pública, en la normalidad, en la moda. Sin el yo no hay literatura, incluyendo la lectura como algo fundamental en el hecho literario. Escribir y leer necesitan el yo. Lo contrario es escribir para el consumo, leer se convierte en algo similar a consumir.
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Recientemente se ha producido un hecho que puede servir para ver qué está pasando en la literatura, precisamente por la apariencia de lo que supone que es tal gesto, por lo que se supone que es coherencia y vemos la pobreza argumental ante quienes niegan la literatura fuera del Poder, algo que ante un hecho similar se elaboró un discurso que denunció el asesinato de la literatura, lo cual no es una simple metáfora ni una exageración de un pobre – escritor para quien escribir se ha convertido en una condena de Sísifo, un Sísifo que como diría Camus encuentra su sentido en cada grano de la roca y su libertad en seguir subiéndola.
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Me refiero a la renuncia del premio Nacional de Narrativa 2012 por el escritor Javier Marías, miembro de la Real Academia, inmerso en el mundillo editorial y siendo cobijado por el mercado literario rechaza dicho premio y el dinero que conlleva, cuyo hecho es respetable y que admiro, pero si analizamos su argumentación vemos la modernidad que naufraga en la muerte literaria. Considera este editor y escritor que el estado no tiene que darle nada por efectuar su tarea de escribir, pero nada dice sobre a quienes les está vetada esa tarea, a quienes no les publican nada, algo que sí hizo otro escritor, Jean Paul Sartre, que renunció a su premio Nobel de literatura en 1969, con su dote económica, con otro argumento muy diferente y revelador que lo que estaba pasando: porque son concedidos por unos hombres a otros, y no considero que tengan calidad superior para concederlo. Hemos transformado la literatura en una realidad clasificada en la que le dicen que usted está en el rango tal o cual, niego que se haga esto y por lo tanto niego el honor. Muestra su desacuerdo a clasificar a los escritores y clama para que no se jerarquice la literatura, porque un escritor no es alguien que sea superior a los demás en un momento dado y porque la jerarquía destruye el valor personal. Es lo que yo he querido explicar como el yo.
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¿Y qué hacer?. Mi planteamiento es insistir, no rendirnos quienes escribimos a la nada y para nada, pero infiltrarnos en el mundo literario y cuestionar sus definiciones (premios, promociones, etc.), incluso apropiarnos de ellas. Puede que no sirva para nada, pero la cuestión es seguir sin caer en espejismos de ambientes que imitan ese poderío cultural a nivel pequeño, de provincia y cutre que es una miniatura de lo otro, espesos y catetos, reflejos pequeños de poder cultural del otro gran Poder.