11:30 am
Sentado sobre los andenes. Miras la hora, es buen tiempo. Has llegado puntual, seguramente ella no debe de tardar. Miras hacia ambos lados y observas nuevamente la hora. Se han citado bajo el reloj como es costumbre universal del citadino promedio. Quizá le darás un par de minutos para su llegada. Abres el libro inconcluso de antaño y tratas de enfrascarte en esa lectura abismal sobre las nimiedades del pensamiento.Llega el primer tren. Nada. Ni un contacto familiar. Olvidas tu lectura. Familias presurosas. Estudiantes con el tiempo encima. Algunas personas son presa de tu mirada como respuesta a la necesidad instintiva de las feromonas y calman un instante de ansiedad. Extranjeros anglosajones. Indigentes. Indígenas. Nunca aparece esa persona. Ya han pasado otros cuatro trenes.
12:00 pm
Media hora es razonable. Podrías irte pero… ¿y si llega en ese momento? Le decides otorgar otros minutos. Te pones un poco irritable. El policía te empieza a mirar extrañamente. No, quizá esté acostumbrado a muchas escenas como esta. Además, no eres el único a la espera de alguien dentro del andén. Da igual. Te sientas entre los publicitarios de Yogurth y las viejas campañas políticas. Observas de frente al anden. Al otro lado un grupo de personas enfrascadas en sus propias actividades: pláticas, espera, lectura. Discusiones varias. Una pareja grita, el eco te impide descifrar su intercambio intenso. La chica llora. Mierda, el tren se atravesó. Deseas que se vaya para enterarte del desenlace.El tren se va y ya no existe la pareja. A cambio encuentras a una pequeña de 15 años. La sigues con la mirada, luce nerviosa: no se ha detenido ni un instante, va de esquina a esquina de ese lado del andén. En tu mente ociosa planteas las escenas anteriores que puedan justificar ese va-y-ven de la pequeña. Otro tren. Buscas inútilmente el rostro de esa persona por la cual llevas ahí más de 45 minutos. Nada. Se aleja. La pequeña se abraza con un señor mientras lloran desconsoladamente. Ambos se alejan de tu campo visual. El libro que te disponías a leer lleva todo el tiempo en la misma página.
12:30 pm
Pasa un tren más. Nada interesante a tu alrededor. Una chica se para a escasos metros. Te observa con interés, como si fueses un raro espécimen en las catacumbas del transporte citadino. Se sienta a tu lado y saca un libro de Welsh. No le prestas atención, en realidad sólo buscas distracciones para aligerar la enorme irritación de llevar ahí una hora. La gente puede esperar hasta dos, hay amigas que han hecho esperar ese tiempo a sus novios. Maldito martirio. Lástima. Un mensaje de texto, pero no llevas crédito. Ella no llama. Dah. En el siguiente tren te subes. Una jodida hora. A final de cuentas, tenías planeado perder todo el día con esa persona. No llegó. No puedes evitar sentir un poco de resentimiento.Transportas hasta tu casa. Antes de buscar la llave te llega un mensaje. Predispones quién lo manda y lo compruebas al revisarlo: un mensaje que debió llegar a las 10:30 de la mañana. “No podré llegar, tengo una cita médica. Disculpas. Un beso”.
A dar por culo.